sábado, 25 de octubre de 2008

El naufragio y la tarde

-Despierte sr. Mosby, es un grandioso día-
-Tienes razón, seguro es hermoso para tí por que puedes caminar-
-No diga tonterías, usted sabe que no necesita piernas para disfrutar el día- La mujer se dirigió hacia el clóset donde escondían la silla de ruedas -Ande, señor Mosby el mundo lo espera-
-¿Cuando dejarás de hablar así? Ya te he dicho que hoy no quiero salir, solo quiero quedarme en la habitación a ver la televisión. El mundo no es lugar para un invalido como yo-
-Que cosas dice señor Mosby, todos saben que el mundo es para el que quiera tomarlo-
-Hablas como toda una supervillana-
-Ve, ahí estaba su sentido del humor, ¿verdad que no es tan doloroso liberarlo un rato?-
-Te he dicho que te vallas Cecilia, no quiero que estés aquí cuando empiece el programa de concursos- Cecilia tercamente se acercó a él sin prestarle atención a sus palabras, que muchacha tan terca, la silla de ruedas frente a ella y se preparaba para buscarle un atuendo más indicado al sr. Mosby. Por que el anfitrión sería aún más importante que el presidente o el papa, el señor de la naturaleza sería a quien visitarían.
-¿Que tienen ustedes los viejos con los programas de concursos?, ¿que es lo que les atrae más ver ganar a la gente o verlas perder-

El señor Mosby contestó en su mente que lo que más placer le daba era ver la cara de desilusión de los pobres diablos que saborearon la victoria y la dejaron ir por un error diminuto. Le recuerda a alguien, quizás a él.
La joven Cecilia le buscó un abrigo, unos pantalones de lana, unas pantuflas y se dispuso a vestirlo.

-Vamos señor Mosby, lo que tenemos que ver es aún más interesante que un tonto programa de concursos- Utilizando una enorme fuerza de juventud, quizás demasiada para su simple estatura y su exquisita figura. Cecilia levantó al señor Mosby de un fraternal abraso y lo puso sobre la silla.
-Te dije que no lo hicieras. ¿Te divierte ver sufrir a un pobre viejo?-
-Ni siquiera lo hice sufrir, es más, todo lo contrario, lo pienso salvar de ese enorme sufrimiento que es la cama y la televisión-

Cecilia hechó a andar la silla, mientras el señor Mosby miraba al suelo como un berrinche pueril. El señor Mosby no quitaba la vista del brillante piso de madera; pero a su al rededor Cecilia y él se movían entre un pasillo donde los últimos sobrevivientes de su generación se fueron a dormir. No era uno de esos acilos horrendos que todos imaginan; la belleza del lugar era reconfortante, pero la amargura y soledad volvieron la casa el peor lugar para unos seniles aparatos de órganos humanos. Allí fue a terminar lo mejor de la humanidad, lo mejor que quedaba con vida, la experiencia y la sabiduría de las mejores mentes... ¡Si tan solo el tiempo y las enfermedades no los hubiesen embrujado!... El mejor pianista de todos los tiempos tenía artritis, la mejor química Alzhaimer, el mejor cirujano Parkinson, la que más disfrutaba de la lectura y los paisajes tenía cataratas. La mayoría de esos viejos parecían ser una ironía de la vida, una broma cruel.

El señor Mosby había quedado recluido en su alcoba por decisión propia. Ya estaba hastiado de la humanidad. En ocasiones los viejos se ponían a jugar damas chinas, ajedrez o veían la tele en la sala. El señor Mosby en cambio se quedaba recostado en la cama, enfurecido con el mundo.

La enorme puerta, que protegía la casa antigua del exterior, se abrió dejando salir a la joven y al hombre de la silla de ruedas. El día era hermoso, las nubes no alcanzaban a cubrir totalmente el enorme cielo azul y se pintaban de tantos colores como una hermosa pintura renacentista. Los cedros y los robles agitaban sus ramas al compás de la fresca brisa de otoño. Las flores y el pasto brillaban más que nunca. Las montañas descargaban como siempre la sensación de extraña belleza y calidez, de un horizonte tan misterioso como la magia.

Cecilia continuó caminando, con constante calma, mientras el señor Mosby miraba el suelo que ya se había convertido en piedra.
-Mire señor Mosby, que hermoso día-
-Lo estoy viendo y no es tan lindo-
Lo que esa joven no sabía era que el señor Mosby se había cansado de los paisajes. Había visto tantos, se había maravillado en numerosas ocasiones. Ya el día, la noche, la tarde y la madrugada eran esencialmente similares a todos los demás. Ya nada era hermoso. En ese mismo jardín habían otros como él, quizás menos amargados, deambulaban con ayuda.

El momento comenzó a volverse tenso para Cecilia, el señor Mosby no quería hablar. Cecilia comenzó a ir más a prisa, su actualizado sentido del humor no le hizo pensar dos veces, acelerar y correr con la silla de ruedas, para que el señor Mosby sintiera la velocidad que hacía tiempo que no sentía. En vez de refunfuñar, el señor Mosby serró los ojos y dejó que el viento le pegara en la cara y le sacudiera el pelo que se encontraba debajo del sombrero de lana. Por un momento levantó sus dedos como queriendo extender sus brazos para volar.

Hay instantes que te hacen recordar que sigues vivo, el problema con esos momentos es que al pasar el tiempo se van olvidando y se comienza a dudar que hayan existido. Si uno no los atesora como es debido, se escapan y lo dejan a uno desdichado y solo por siempre.

Cecilia lo llevó a una colina donde se podía ver el acilo, el bosque, las montañas y a lo lejos la ciudad.

-Gracias Cecilia- Se oía como si el viejo hubiese renacido o recién salido de una metamorfosis.
-Lamento tratarte así en ocasiones, la verdad me apena mucho que tu seas la única que le preocupo y que te trate de esa manera, de verdad lo siento... Pero con este asunto de la herencia, y de que crié a un montón de malagradecidos- Suspiró viendo al horizonte- Siento que el mundo me asfixia-

Los ecos de animales y el trinar de pájaros sonaban a lo lejos.

-Sabes Cecilia, anoche tuve un sueño. Caminaba por el desierto, me sentía cansado y los rayos solares se sentían tan reales. Caminé la mayor parte del tiempo y mientras lo hacía recordaba mi vida, las cosas que hice y que conocí. ¡Demonios! todo parecía tan real, pensé que moriría... En ese momento vi maderas destrozadas y abigarradas tiradas por doquier. Me di cuenta que era un naufragio y busqué el mar sin éxito. Me pregunté que hacía un barco en un desierto que incluso el Nilo temía. Sin logica comencé a buscar sobrevivientes. Desesperado levanté cada madera que veía y debajo de una se encontraba un madero con el nombre del barco: "amor del cielo". Recordé una cosa que viví, por si no lo sabías una vez naufragué en una isla de Sudamérica. Me di cuenta que la razón por la que caminaba por el desierto era por que yo era el naufrago y deduje que buscaba auxilio; pero solo pude dar vueltas en círculos. Otras veces en mi vida he sentido miedo, pero en ese momento lo sentí muy profundo, como calcinante, vi mi cuerpo alejándose a la distancia y yo volviéndome viejo. Nunca me di cuenta de como envejecía, pero ver mis años pasar en aquel sueño me hicieron sentir distante de la vida-
-Eso es sorprendente- dijo Cecilia muy seria -Nunca supe que hubiese vivido un naufragio-
-ya me cansé de guardarme estas cosas, creo que de alguna forma todos hemos naufragados en nuestras vidas, nos sentimos confundidos, solos, perdidos, sin esperanza. Pero ese naufragio duró toda mi vida. Y aún despues de haber sido rescatado aquella vez seguía sintiéndome en aquella isla, encarcelado de vivir- En otro momento se pudo contradecir, pero por ahora solo se dejaba llevar por el momento. El Señor Mosby jamás pensó que aquello era un sueño.

El señor Mosby comenzó a enamorarse de Cecilia aquel día

Era una lastima que a los 78 años apenas empezaba a vivir.

...continúa…

3 comentarios:

HOMBRE IGUANA dijo...

La verdad me avergûenzo de este cuento, es más autosuperación de lo que quiciera.
Pero falta ver lo que le ocurre al viejo, probablemente tenga uno de los finales fantasticos que tanto me gustan.

Anónimo dijo...

Guiuuuuuuu viejos!
jjaja
Pues esta buena toda la metafora que trae el cuento y esperemos que cecilia caiga rendida a sus pies.

cesar_flores dijo...

Exelente...
Muy buena historia